lunes, 28 de enero de 2008

Capítulo IV: Amados y Amantes (Saiko)

Cuando Adán y Eva vivieron su idílico “affair” en el paraíso, ¿habrán reflexionado sobre lo que significaba ser la primera pareja de la humanidad? Eran infinitamente poderosos, infinitamente ignorantes, y claro, nos cagaron infinitamente la vida.
Porque fueron ellos, los que por su osadía, transmitieron su desdichado ADN a todo hombre y mujer existente. Y no, no hablo de esa sensual pelotita en medio un formado cuello masculino, hablo del reconocido y nunca igualado:Pecado original.

Pero, en resumidas cuentas, ¿Cuál es el pecado original?

Nuestros horrorizados padres tienen la extraña creencia que por bautizarnos, lograrían arrancar de nuestro espíritu, aquel tremendo y mal augurio. Pero, como la mayoría de las veces a nuestros ojos, nuestros padres, se equivocaron.
Hoy, yo, la Mili, llegué a la fehaciente conclusión, de que aquella famosa carga que nos dejó la pareja símbolo, es la lujuria. Y lo siento, pero eso no se quita con ningún baño bendito, porque la pasión, la búsqueda de placer, guía irremediablemente, todo lo que hacemos.

Y entonces volvemos a nuestra pre-adolescencia, donde el viejo pascuero empieza a perder su credibilidad y nuestro a veces prematuro afán de aventura nos lleva a la búsqueda de esas cosquillas medio idílicas, y medio sórdidas. Esa cosita extraña en algún recóndito lugar de nuestro cuerpo, que a esa edad, ya causaba estragos con nuestras inocentes, y vírgenes hormonas.

¿Recuerdan su primer beso?, espero que sí, porque resulta que ese es el mágico momento en que una lujuria, también pre-adolescente, despierta, juguetea con nuestras mentes, y al menos en mi caso, nos domina.

Era el último día de 5to básico, 11 años, una sala de clases, y uno de esos juegos que hacen sentir de una extraña forma, que ya estamos listos para entrar al juego, donde la lujuria, es un juez bastante imparcial y corrupto.

Ese día di mi primer beso, y créanme, fue increíble. Porque aunque hayan pasado 10 años desde ese mojado momento, la sensación sigue tan fresca como un “tom collins”. Estaba nerviosa, estaba feliz.
Es decir, entiéndanme, era primera vez que estaba tan cerca de un “hombre”, tanto, que hasta pude sentir perfectamente su “emoción”.

Y entonces hubo otra cosa, algo más grande que su, probablemente lampiña, emoción. Yo le llamaba amor, mi primer amor, ¿entienden de qué hablo?
Claro, ahora entiendo que todo fue algo mas como: “la excitación que sentía estando con un pequeño exponente del sexo masculino”, lo que hacía que me gustara.

¿Qué dictamina el jurado? Hormonas culpables.

Ahora les pido que usen su imaginación y piensen en mi actual mejor amiga, la Meli. ¿Creen que andaba en las mismas?.

Acertaron.


Mientras yo estaba en un mundo donde una brecha tiempo-espacio hacía que el tener 12 fuera equivalente a tener 15, un país donde mucho más temprano que tarde usaría ese genial invento llamado maquillaje, donde me fusionaría en el colosal mundo del carrete usando ropa interior negra, y donde el sabor dulce tomaría otra definición con el copete, el cigarro y la droga, la Meli, en su país (que digamos que no tenía muy buenas relaciones diplomáticas con el mío), jugaba a la cuerda (un también genial invento de su país).
Su mundo era tranquilo, sin hombres, sin esos orgiásticos rituales que en mi país llamábamos fiestas, ni copete, y ni pensar en drogas. Quizás el único indicio de revolución en ese territorio era el colegio en donde asistía, famoso por su gran rePUTAción en nuestra ciudad.
Podrán entender que ni en mis sueños, concebía conocerla. Menos aún cuando estaban ocupados imaginando en cómo perder la virginidad a los 13 años.

¿Qué?, ¿de verdad piensan que lo hice?, ¡¿qué imagen tienen de mí?! Para su información, recapacité, y me arrepentí.

Pero volvamos a mi historia, que obviamente es lo que les interesa.

Llegó el año 1.999, cuando en uno de mis acostumbrados viajes a Rancagua, lo conocí a él…

Mi ex-príncipe.

Sacarán por conclusión que como yo tenía ya mucha experiencia, no medité mucho el asunto cuando él, tímidamente, me pidió un beso. Y por tonta (ya van dos veces), cagué.
Y mi país se volvió rosa, y el alcohol se convirtió en cascadas y los perros vagos en unicornios. Porque con él, todo era distinto.
Era un príncipe, increíblemente diferente a todo lo que yo había hecho antes.

Yo era su princesa.
Tuvieron que transcurrir 2 años, para que entre mis viajes a Rancagua, y mis locuras en Valparaíso, decidiera, a los 14 años, iniciar un pololeo en serio con mi príncipe, que a fuerza de cartas, llamados telefónicos y regalos, terminó de conquistarme. Con él, me sentía feliz, segura y querida.
Ni siquiera ahí me imaginé que el cuento “La Mili en Rancagualandia”, duraría 5 años.

¿Se dieron cuenta que les cuento todo cronológicamente? Ay, soy tan inteligente.

Y por fin, en el año 2.002, conocí a la Meli. Estaba claro que yo era la excéntrica embajadora en su territorio, primero medio, liceo destacado, mejor curso, ésa era su área. Hasta que se enamoró. ¿De un joven adinerado?, ¿de un inteligente estudiante destacado?, ¿de una promesa del deporte? No, se enamoró del weón más pastel de entre 2.000 pasteles más.

Ahora que lo pienso, nunca le he preguntado si con él fue su primer beso, pero sólo basta con conocerla un poco, para saber que ése sí fue su primer amor.

¿Será una regla general que todos los primeros amores sean un asco?.

La Meli, salió con su, hasta ahí expectante, corazón roto. Aunque según yo, no se podía esperar una historia muy linda, como la mía por ejemplo. Ella era una niña dentro de un cuerpo sobre-desarrollado presa de pollo con tantas hormonas. Y él, un inmaduro rey del país de la eterna soltería, donde el “carpe diem” no tiene límites y el compromiso, se guardaba para esas inocentes niñas dentro de cuerpos sobre-desarrollados, como la Meli.

¿Y si la lujuria actúa de manera diferente en los hombres?, quizás son ellos los débiles que no pueden negarse a sus sudorosas y cerveceras hormonas, es decir, es un hecho que la mujer está un paso más arriba en la evolución, ¿verdad?


Evolución, aquél fenómeno que consiste en la voluntad pura. En hacer callar a nuestras hormonas con nuestra mente, y seguir ése largo camino que nos propusimos, sin detenernos ante cualquier prostíbulo, que nos encontremos en el trayecto.

(Frases como ésa salen cuando mi cuerpo está libre de alcohol, así que no se acostumbren).

Y el tiempo no se detuvo, y llegó el “año de”, el verano del 2.003. Un caluroso, intenso, sudoroso y orgásmico verano, porque fue ahí, cuando por fin entregué el tesoro más preciado de toda mujer, su virginidad.

¿Quién habrá sido el imbécil que le puso “virginidad”?, como si una, antes de entregarse al a veces complejo ritual de abrir las piernas, fuera la Santa Virgen esperando el llamado del ángel Gabriel, para recibir en mi vientre al salvador de la humanidad. Una estupidez.

Y si son mejores para las matemáticas que yo, habrán notado que tenía la insignificante edad de 15 años, pero créanme, no me arrepiento. Porque al fin, estuve metida dentro de una película de Disney, donde yo era un de la pocas privilegiadas que al final, se follaban al príncipe.

Pero lo extraño no fue sentir ese “instrumento”, dentro de mi “amiga”. Lo extraño de todo eso, fue volver en marzo a clases, y ver que el juego del papá y la mamá me hacía diferente. Por miedo al prejuicio, no les conté nada a mis amigas, las que al parecer sí estaban más acordes a su edad. En realidad en ese tiempo no estaba muy claro lo que tenía que hacer una pre-adolescente de 15 años, pero estoy segura, que abrirles las piernas al mundo no es precisamente el deporte favorito de quienes padecen las 15 primaveras en su cuerpo. ¡Pero a mí no me importaba!, lo que sí importaba es que era feliz, y mi deseo de gritar a los 4 vientos que ya no era tan señorita me carcomía por dentro. Mientras que por fuera, seguí siendo la niña que todos esperaban que fuera.

La lujuria, es la más rápida, letal y hábil en cuestiones de sabotaje. Es como el billete de 10 lucas que nos encontramos en la calle, y no podemos dejarlo ahí porque la oportunidad es tan suculenta, tan apetitosa, que siempre es más fácil cerrar los ojos, morderse la lengua, y dejar que las hormonas, hagan lo suyo.

Y ahí empezó todo, desde ahí me compré un ticket directo al infierno y como una muñeca inflable recién estrenada, me volví adicta a la wea, como si sólo existiera para eso. O quizás como si el mundo sólo existiera para eso. La sensación que me hacía pensar que mi cuerpo iba a explotar, entregarme ciega a quien respetábamos y temíamos, convertirme en un grito de satisfacción extrema.

Yo fui la lujuria con patas.

Pese a mis 16 años, deducirán que ya había hecho casi de todo, y hago hincapié en el casi, porque hasta hoy, conservo intacta como esa cita al ginecólogo, mi regla de oro.
¿O acaso piensan que una mujer como yo no tiene límites?, pues sí, los tengo, y el mío está atrás, justo debajo de mi cintura y arriba de mis muslos.

Sí, definitivamente ese año la niña se hizo toda una mujer…y una muy buena en la cama.

Ese año fui completa y absolutamente feliz, fui otra tonta damisela enamorada y dependiente que no veía futuro sin su príncipe, sin sus besos, sin su compañía, sin sus consejos. Sin él, no habría más cuento, y probablemente, no más Mili.

Ah!, y claro, se preguntarán que habrá pasado con nuestra inocentona y virginal Meli mientras yo les contaba mi interesante historia. Pues digamos que se juntó mucho con una hermosa e inteligente joven adicta al vodka, al inglés y a los negros de 2 metros, huyendo en secreto de su país y pasándose de inmigrante al mío. Y fue así como con el tiempo, y gracias a los sabios consejos de aquella popular joven, dejó de sufrir por amor y se dedicó a pasarlo bien en fiestas colmadas de alcohol, hombres, maquillaje y nuestra siempre fiel y salvadora amiga, la polera escotada.

Entonces llegó el año 2.004, y con él, el mino más antipático de todo el liceo. ¡¡Es que no podía creer que había quedado en el mismo curso que él!!. Ahí, justo ahí, a un metro mío, estaba Nicolás.
Nuestra amistad empezó como debería haber sido, por conveniencia. Él preparaba una obra, necesitaba personajes y yo me moría por actuar. Por conveniencia también fue que nos sentamos juntos, afinando los detalles necesarios y no pescando las clases de matemáticas que al fin y al cabo, no eran tan necesarias.

Es como raro mirar hacia atrás y ver como empezó todo, éramos tan diferentes pero parecidos, y aunque no termino de entenderlo, nació esa amistad que sólo puede formarse entre una enamorada adicta al sexo, y un gay dentro del armario.
Pero lo que importa, es que con el pasar de los días, lo fui poniendo al tanto de mi nueva y triste vida amorosa, donde el mejor acompañante es el vodka y donde las princesas vuelven a ser tontas y patéticas. Una vida frágil que sin importar las millones de mariposas que atacaran mi estómago, podían desaparecer con un común y silvestre “no eres tú, soy yo. Deberíamos darnos un tiempo”.

Mi príncipe, el que me había hecho la persona más feliz del mundo, había terminado conmigo. Y peor aún, usando el cliché más usado por todas las parejas sin la suficiente valentía, o imaginación.
No lo podía creer, es que esas cosas por el bien de la humanidad sólo debían pasar en las películas, y a mí, la popular y nunca sentimental Mili la tenían con el corazón (que hace no mucho había descubierto que tenía) hecho añicos, deshidratándome por un hombre que me había hecho llorar como nunca en mi vida y haciendo catarsis de un dolor que no se comparaba a nada, ni siquiera a perder tu brillo labial rosado fuerte, 5 minutos antes de salir a Pagano.

¿Recuerdan ese país de la eterna soltería, donde el compromiso era cosa de mujeres? Pues mi país, acababa de declararle la guerra.

El tiempo fue pasando, y pese a que ambos seguíamos mantenido fugaces encuentros de vez en cuando (algo así como un flash, eléctrico, que te puede matar), ya no éramos lo mismos, ni estábamos en el mismo lugar, ni mucho menos, sentíamos lo mismo. Y claro, el ya ni siquiera se parecía a un príncipe, y más aún, había sido expulsado de todo cuento de hadas por mal comportamiento.

Ese mismo año, la Meli, como si no le bastara con mi suicidio amoroso, también adquirió ciertas conductas “kamikaze” con su segundo pololo, “el innombrable”. Otro clásico espécimen del reino de la eterna soltería, donde sus habitantes se caracterizan, como éste, por su personalidad canchera, seguros de si mismos y completamente concientes de su efecto con las mujeres. Entonces tenemos a dicho personaje, emparejado con la mina más “shiny and new” el liceo, ¿y qué tenemos como resultado? , pues las primeras dulces (y generalmente duras) exploraciones corporales. Él fue el primer hombre con el que DURMIÓ (si gente, durmieron), fue el primer hombre en poner sus medianamente privilegiadas manos sobre sus partes más voluminosas, pero fue el segundo, en romperle el corazón.
Jamás se consumió el acto, no por falta de ganas, sino que por faltas de oportunidades, y quizás, desde ahí, el círculo cercano de la Meli, comenzó a oler lo que podía parecer su maldición.

¿Y el resto?, pues felizmente pololeando.
Ahora le doy gracias a Madonna que estaba Nicolás, su espíritu “artistoide” y el teatro para refugiarme de ese cruel mundo heterosexual que parecía burlarse de mí.



Fue en el verano del 2.005 cuando mi ex-príncipe me llamó para decirme que venía a Valparaíso. Por razones obvias, esta vez no se hospedaría en mi casa, y lo haría en una pensión, por razones obvias habíamos establecido que no éramos nada más que amigos, y por razones obvias, los 4 días que estuvo en Valparaíso, las pasó teniendo sexo, conmigo.

Y justo cuando crees que no duele tanto, y que todo podría estar superficialmente olvidado, te encuentras con el billete de 10 lucas.

Pero no fue hasta el último día de ese candente “lapsus” en que con tono despreocupado me dijo:
-Mañana me voy, y no quiero que nos juntemos.
-¿Pero qué onda?-.
Y el respondió:
-Quiero estar solo.

La lujuria no es tonta, porque técnicamente si tiene una filosofía bien argumentada: “Aprovecha las oportunidades”. Y nosotros resultamos ser unos clientes tan tontos, que nos dejamos llevar por su slogan, por sus “la vida es corta”, “aprovecha el presente”, y claro, se nos olvida leer la letra chica del contrato. Sí, justo es parte en que advierte que las consecuencias pueden tener desagradables efectos en nuestros corazones, y que a veces, no podemos aspirar a nada más, que a una fea frase de despedida.
Desde ese momento me prometí que nunca más caería.

Y claro, no fue así.
Ése encuentro no fue el último que tuvimos, y pese a que esta vez yo estaba completamente advertida y en conocimiento de la letra chica del contrato y que nuestros encuentros eran meramente pasionales, igual me sentí tratada como un objeto, igual dolía, y para mi suerte, igual la frase “quiero estar solo” volaba sobre nuestros cuerpos post-sexo.


Y también está otro tipo de cliente, uno mucho más arriesgado y masoquista, uno al que la lujuria no necesita estafar, porque ya se conoce el contrato de memoria. Conoce las consecuencias, conoce el dolor, conoce lo que le espera, y de todas formas, toma el servicio. Porque la vida existe hasta cuando lo veas a él entrando en ti como lo hacía en tiempos dorados. Y lo que sigue, lo que viene después de eso… pues ya habrá tiempo para sufrir por ello.


-Que se vaya a la xuxa-.

Y no supe de mi ex-príncipe en mucho tiempo.



Mientras en Rancagua él seguía con su vida, acá, en Valparaíso, la mía se detuvo en seco a causa de una muy mala combinación, descubriendo que lo único peor que combinar fermentados con destilados, era mezclar 4 días de pasión y el olvido de ciertas píldoras.

No importa lo que digas, no importa cuando estés dispuesto a pagar. Nunca estás lo suficientemente preparado para las consecuencias.

En realidad, esa idea que ahora cruza sus pervertidas mentes nunca se comprobó, nunca fue más que el terrible presentimiento de que algo estaba pasando dentro de mí, y de que quizás, yo acababa de entrar al irremediable círculo del “causa y efecto”.
Y entonces me sumergí en la desesperada búsqueda de una solución que no implicara dejar entrar extrañas y sádicas herramientas, o pagar una cuota mensual por una sala cuna. Así fue como terminé eliminando a las culpables, y me tragué todas las pastillas que quedaban, de una vez. Si de verdad el futuro me había atrapado, con eso le sacaría una importante ventaja, y eso nuevo que amenazaba con apoderarse de mi organismo, desaparecería.
Por primera vez, tener 17 años, parecía demasiado.
Luego de un día y medio en cama, mi alma pareció descansar y mi cuerpo se hizo más liviano. Y pese a que mi corazón de mujer lo desea con todas las fuerzas, no era el momento, ni siquiera se le parecía.
Decidí pasar por todo sola y nunca se lo comenté a nadie, me sometí ante mi propio prejuicio, donde yo no era más que una cobarde.

Jamás nombro la palabra con “E”.


El nuevo año, trajo consigo un reglo muy mal envuelto para la Meli, el Paolo. Dejándonos a nosotras, sus amigas, en el siempre frío y mal cuidado rincón de las amigas menospreciadas que te advierten que el juguetito nuevo, podría tener ciertas fallas.
-Meli, si al principio todos son príncipes, pero después igual muestran la hilacha-.
-Mala cuea que a ustedes le hayan tocado unas mierdas de pololos, pero yo pongo las manos al fuego por el Paolo-.

Y la Meli se quemó. Porque 9 meses después, una frase bien conocida por mí, la destrozó:
-No eres tú, soy yo-.
Y sin ninguna llamada, sin ninguna remota, blanca y falsa esperanza, todo se acabó.
¿Y ustedes creen que eso es lo más triste?, pues no. Porque desafiando toda lógica masculina y heterosexual, en esos 9 meses de romance, no hubo nada más que, romance. Allí estaba la Meli, dispuesta, expectante, ansiosa y deseosa. Y nada.
Capaz que era maricón, ¿o no?, ¿cómo 9 meses y nada?.
En fin, ahí teníamos nuevamente a la Meli, con un corazón roto, unas piernas juntas y un gran karma que la perseguiría hasta hoy.


¡Ah!, y Nicolás, el nunca bien ponderado maricón con chapa de metro sexual come-mujeres del liceo.
Siempre le he reclamado el hecho de esconderme tanto tiempo su condición, su desviación, su estilo de vida, su opción sexual, demasiadas palabras para referirse a la gente más aterrizada, que más sufren por amor y con más buen gusto de todo el mundo. Es extraño, pero la palabra que más sentimientos me genera es homosexual (bueno, en realidad la expresión “te sacan caca” también me produce cosas), y pese a que nunca ha sabido explicarme bien porque demoró tanto en lucir su bandera multicolor ante mis ojos, no me provocó mucha sorpresa al enterarme por una tercera persona.
Es que en verdad, ¡era tan obvio!, si estaban todas las pruebas sobre la mesa, claro, medio escondidas por su noviazgo con Gisela, la que por circunstancias que sólo ocurren en la vida de Nicolás, terminó siendo una de sus tantas amiguis.

Pero una vez salido del closet en su círculo cercano (o sea yo, y la Meli), todas las interrogantes de macho heterosexual quedaron en el pasado. Comenzamos a salir, y él comenzó a ponerme al tanto de sus amores, desamores y revolcones. Pero como no son pocos, y yo tengo mala memoria, sólo les podría comentar de unos cuantos, que a pesar de disfrutar en la intimidad (que para mi era todo menos íntima), no fueron capaz de llenar su necesidad de recibir y dar amor.

Y entonces llegó el glorioso día en que escuché el llamado de Santa Madonna, y aferrada al brazo de Nicolás, y con la Meli aferrada al mío, me interné en el sub-mundo de los carretes “alternativos”. Donde “me solté el cabello” de Gloria Trevi es el himno nacional, y pocos, muy pocos son los valientes heterosexuales que se atreven a entrar. Y es el miedo “al que dirán” el que ahuyenta a la gente de tan glamoroso mundo, ese mismo prejuicio al que me enfrento cada día al tener que defender y justificar mi entorno, mis costumbres, y mi afán por vestirme de rosado. Sin embargo llegué al límite, ése momento en que me dije basta, sería yo misma, bajaría las barreras y dejaría de defenderme.

Y el rumor de que era lesbiana se esparció.

Ok, no es que me de susto o me sienta humillada de alguna forma, de hecho me gusta tener ese toque de ambigüedad media tortillera. El problema, está en el título, el alcance y la rapidez con que el cartel que dice “diferente” cuelga en tu cuello. ¿Y se imaginan que haría mi príncipe azul, si escucha que en los castillos cercanos se rumorea que su princesa se moja con Beyonce?


Y entonces con el correr del tiempo, Nicolás encontró el amor de su vida, ahí es donde entra a la historia Daniel, “el lolito”.
Todo comenzó cuando yo y la Meli, en el cumpleaños de la sobrina de Nicolás, hicimos de paracaidistas de emergencia, donde tuvimos que hacernos cargo del trabajo sucio, y tomarnos el caipiriña que nadie quería beber.
-¿Tomai caipiriña?-. Pregunté como una social, amable y amorosa conocedora del alcohol.
-No, no tomo-. Me respondió el con un tono seco y cortante.
-¿No tomay?, que raro, ¿y cuantos años teni?-.
-17, y si, hay gente que no toma. No es necesario tomar para pasarlo bien-.

¿Yo?, sorprendida, él había sido capaz de utilizar el tono de voz más pesao y antisocial del que yo nunca podría ni siquiera imaginar, en utilizar con alguien que recién conozco.
Patada en la guata, este pendejo me cayó mal. Y sin importancia, continué en mi labor como una distinguida y profesional orilla de playa. Calculo que de ese día ha pasado un año más o menos.
Entonces, cuando creía que Nicolás era un webiado libro abierto, me sale con que lolito le gusta, y que estaban andando.
Nunca jamás me imaginé a Nicolás pololeando con un niño, mucho menos después de ver como buscaba el amor en tipos mayores y “casi” tan experimentados como él.
Ni yo ni la Mele le dimos más de un mes a ese par de fletos, pero siempre que uno escupe al cielo, le cae en la cara.
Ese serio, pendejo, antisocial e inmaduro cabro chico es el que ahora está editando mi historia, lleva aproximadamente 1 año con mi amigo, y con altos, bajos y uno que otro interludio de por medio, siguen siendo la pareja más linda que conozco. Él aprendió a conocer mi peculiar forma de ser, y claro, pasó a formar parte de ese selecto grupo de F/F (Fletos Favoritos) en mi fotolog.
No conozco mucho del pasado amoroso de lolito, pero a juzgar por los corazones que no esconden muy bien sus ojos al ver a Nicolás, debe ser su primer amor. El mismo amor que llevó a mi amigo a salir del closet familiar cuando, los tórtolos, fueron descubiertos en una “incomoda” situación.
Frente a eso, Nicolás tomó la inteligente decisión de auto-exiliarse, por 3 días, con la mujer más sabia que conozco: Yo.



En fin, fue así como ha pasado el tiempo por este cuerpo pecaminoso, y ahora, las cosas son bastante diferentes.
Yo y la Meli somos solteras, cambiamos drásticamente el rumbo de nuestras vidas y optamos por el celibato…ok, no, optamos por vivir y respirar del mundo gay (que vendría siendo bastante parecido), donde no tenemos que esforzarnos por vendernos al mejor postor, donde el baile no lleva a simular el coito con ropa, donde podemos ser exactamente quienes somos, y sin importar que nos patearon con frases mal hechas, que fuimos irresponsables o que el pololo nunca nos dió la pasa’, podemos ser, por una noche, las weonas más la raja del mundo, heterosexual, o fleto.
Y sin embargo, al mismo tiempo que nos imaginamos como follar con ese negro corpulento, estamos atentas, cautelosas, pendientes a cualquier señal que nos indique que se acerca el amor de nuestras vidas. Alguien que nos haga sentir en medio de un paraíso donde no nos expulsen por actos obscenos, un príncipe azul que nos de la felicidad que ni todos los travesti, ni los vodka naranja, ni todos los amigos gay del mundo nos harán sentir, la felicidad de sentir amor.

¿Y en cuanto al ex-príncipe?, pues las cosas están mejor. Me liberé del gran peso que desde ese día se arraigó en mi espalda, conversamos, extrajimos esas molestas astillas y nos sanamos de la única forma que conocí con él, de la misma forma que empezó todo, con lujuria.



La lujuria no en vano está en los “top 7” de la humanidad, nos desinhibe, nos confunde, nos lanza a un abismo sórdido donde a veces ni siquiera existe el cariño, arrastra a la gente consigo, nos desvía del camino que trazamos con tanta voluntad y siempre, sale limpia de todos los cargos, dejándonos a nosotros, para cumplir la condena.
Sin embargo, rompiendo cualquiera estrategia publicitaria y haciendo caso omiso a todo lindo comentario que nos hacen nuestras hormonas sobre ella, existe un lugar sin ninguna lógica aparente. Ahí, no existe pecado original, no existen sentencias, ni menos consecuencias por recoger ese billete de 10 lucas. En ese extraño lugar, sus habitantes, manejan otra lengua, un código, quizás hasta una clave. En ese lugar, a la lujuria le dan un pintoresco nombre:

Hacer el amor.






P.D: Cualquier similitud con la realidad es solo coincidencia, y no representa necesariamente el pensamiento de Gay and the city, pues todo salio de la mente retorcida de la Mili.

Por su atencion, muchas gracias.